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URUGUAY, NUEVA CUMBRE DEL FÚTBOL MUNDIAL

Ayer 30 de julio de 1930 se disputó en la capital uruguaya la gran final de la primera Copa del Mundo de Fútbol entre la anfitriona selección de Uruguay y la selección de Argentina.

El partido tuvo lugar en el Estadio Centenario, el cual abrió sus puertas a las 8:00, seis horas antes del inicio del partido, y ya al mediodía estaba completamente lleno. La asistencia oficial registró 93. 000 espectadores y se estima que entre 10 000 y 15 000 argentinos hicieron el viaje hasta Montevideo para presenciar la final.

El árbitro fue el belga John Langenus, que aceptó pocas horas antes el encargo con la condición de disponer de un barco en el puerto una hora antes del anuncio del final del partido, en caso de problemas de seguridad.

 Uruguay hizo un cambio en su alineación con respecto a la de las semifinales y Castro sustituyó a Anselmo, que se encontraba enfermo. ​ El partido terminó 4-2 a favor de Uruguay que le dio la vuelta al marcador en el segundo tiempo en el segundo tiempo (iba perdiendo 1-2 en el descanso) y finalmente se adjudicaron el título de campeones del mundo.

Pero esta repentina remontada no fue exclusivamente cosa del juego sobre el campo puesto que, tras finalizar el partido, algunos jugadores argentinos declararon haber sufrido todo tipo de abusos y amenazas los días previos al encuentro y durante el descanso del mismo. La estrella argentina y jugador más joven que disputó la final “Pancho” Varallo confesó en una entrevista tras finalizar el partido: «Los aficionados uruguayos nos hicieron la guerra desde que llegamos porque sabían que el título iba a estar entre ellos y nosotros. Por la noche no nos dejaban dormir y nos insultaban en los entrenamientos». Su compañero y amigo, en la misma entrevista expresó: «Cuando volvimos para jugar el segundo tiempo había como trescientos militares con bayonetas caladas. A nosotros no nos iban a defender».

Esto hizo que muchos jugadores argentinos temiesen por su vida y la de sus familiares al ir ganando en el descanso y llevó al propio Fernando Paternoster a decirles a sus compañeros en el vestuario: «Mejor que perdamos, si no aquí morimos todos».

31 de julio de 1930

Ainhoa González

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